viernes, 25 de mayo de 2012

La sabia ecuanimidad


 
El universo carece de sentimientos humanos,
pues trata todas las cosas como transitorias que son.
El sabio lo imita y no cristaliza los sentimientos,
pues trata a todos como seres pasajeros.
Como un fuelle es el espacio entre cielo y tierra:
su vacío es inagotable,
cuanto más se activa, más produce.
Cuanto más se habla de él,
más difícil es alcanzarlo;
desde la sabia ecuanimidad de tu centro,
alcanzarás el espacio sagrado
en que confluyen cielo y tierra.
Tao Te Ching al alcance de todos. Alzonso Colodrón.

De algún modo, el ser humano siempre ha sido antropocéntrico, es decir aunque no siempre se ha creído el centro del universo, desde los tiempos prehistóricos tuvo la tendencia a interpretarlo todo en función de la supervivencia, así como sus temores y deseos. Si la tormenta arreciaba, había que aplacar a las fuerzas de la naturaleza, a los espíritus del viento y del agua o a los dioses que los controlaban. Si el rayo incendiaba un bosque o fulminaba al ser cercano, tal vez se tratara de un castigo por las malas acciones cometidas.  Cuando el volcán explotaba, la furia de algún genio se había desatado contra los pobladores de sus faldas, que no le habían hecho las ofrendas debidas.


Pero el universo carece de sentimientos humanos y sigue sus propias leyes, que algunos han intentado explicar desde la teoría del caos. Del caos surge un orden que, as u vez, vuelve a otro caos, que puede originar otra estructura ordenada. Tal vez es lo que la antigua filosofía hindú trataba de explicar con los kalpas, o grandes períodos cósmicos, que no suceden linealmente, sino de forma circular. La ley del eterno retorno. Una gran espiral que informa todos los movimientos de la materia.
El hombre occidental es ahora antropocéntrico de otra manera: intenta explotar la Tierra a su favor y entender la leyes del cosmos y de la naturaleza para beneficiarse en su exclusivo provecho. Como si la naturaleza y el universo estuviesen al servicio de la supervivencia y desarrollo de una especie racional que comete continuamente enormes errores desaguisados irracionales, contra sí misma, el resto de las especies y la supervivencia misma del planeta sobre el que le ha tocado vivir.
La metáfora del fuelle, que continuamente se llena y vacía de aire, es muy ilustrativa de una típica concepción taoísta: en lo más profundo de la oscuridad aparece la luz; en el corazón de la luz se halla su sombra. O, dicho de otro modo, a medianoche es cuando empieza la mañana. Al mediodía, el Sol comienza a declinar hacia su ocaso, ese ocaso que precede a la noche.
Las personas sabias, que ya no son una pequeña minoría reverenciada, pueden tratar a todo el mundo con la ecuanimidad del universo, sin hacer diferencias de sexo, raza, religión, clase social, edad, nacionalidad o lengua, pues algo nos une a todos: la transitoriedad de esta vida, el ser mortales. Y en la pura vida y la certera muerte, todos hallamos la unidad. Esa unidad en la que los sentimientos no son pasiones ciegas y la constancia en las relaciones no se convierte en posesión. En la que no existe apego o sufrimiento por la posible distancia o el abandono producido.
Ecunimidad es la principal meta de la meditación vipassana. Mantenerse equidistante entre la aversión o rechazo, por un lado, y el deseo o apego de cosas y personas, por otro. La inspiración y la espiración, llenar los pulmones y vaciarlos, son procesos transitorios de corta duración. Todo lo que ha tenido un principio ha de tener tarde o temprano un fin. Quien tiene esto presente no se da de bruces día a día con el cumplir años sin darse cuenta, con el deterioro de los objetos que aprecia y la desaparición de los seres que ama.
Desde la sabia ecuanimidad, el espacio en que confluyen cielo y tierra no es sino el corazón-mente iluminado. La delgada línea en la que convergen cielo y tierra la llamamos horizonte. Lejano e inalcanzable es el horizonte para los ojos que lo contemplan. Cercano y alcanzable para quien lo contempla con los ojos del corazón.  Es así como el sabio puede fundirse en la infinita línea que une los cuatro puntos cardinales; arriba y abajo, nubes y olas, agua y tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario