Conocer a los demás es sabiduría,
conocerse a sí mismo es iluminación.
Vencer a los demás es pura fuerza,
vencerse a sí mismo es fortaleza. Saber cuándo se tiene bastante es riqueza,
hacer lo que se necesita hacer es constancia. Quien prosigue su destino perdura,
quien vive en el eterno presente no muere.
Quien se conoce a sí mismo alcanza la iluminación, porque se da cuenta que no existe ese "si mismo". El ego quiere hacerse sabio e iluminarse. Cuando lo consigue, ¡Oh paradoja!, se autodestruye.
Vencer es fácil. Basta con ser más fuerte, más rico, más inteligente, tener armas potentes, mejores abogados, argumentos más contundentes, oratoria más fluida. Pero siempre puede venir alguien que tenga todo ello en mayor grado. La fuerza vence a la fuerza, la cantidad a la cantidad. Pero fortaleza auténtica y el verdadero poder son cualidades imbatibles, como imbatible es la montaña cuyos pies acantilados embisten las olas. Firme y sereno como una montaña permanece nuestro espíritu cuando nos sentamos a meditar. El corazón se apacigua y se serena. El alma se ensancha abarcando horizontes ilimitados.
Hay personas inmensamente ricas que viven como pobres por inseguridad y avaricia. Personas medianamente ricas persiguiendo algo que aun no tienen. Todos tenemos épocas en la vida en que deseamos conseguir algo que nos ponemos como meta: la vivienda en propiedad, el coche seguro, el empleo con contrato indefinido, las vacaciones más largas y relajantes... ¿Y cuando puede decirse basta, tengo bastante? Difícil en esta sociedad occidental y en el siglo XXI en que todo parece que se puede comprar si se tiene el dinero suficiente. Un modelo de vida en el que hay que producir continuamente para que todo el mundo tenga trabajo. Pero hay que consumir lo que se produce. Y hay que ganar para comprarlo. ¿Y dónde se detiene la rueda, mientras contaminamos y agotamos los recursos limitados, las materias primas, mientras reducimos la naturaleza, literalmente asesinándola?
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