En los orígenes del pensamiento taoísta, tal como hoy se conoce, está el
texto del Tao-TeChing. La tradición menciona como autor suyo a Lao Tzu
(«maestro Lao»), que habría sido contemporáneo de Confucio (siglo VI
a.C.). La existencia de Lao Tzu como uno de los primeros maestros del
taoísmo es admitida generalmente por los historiadores modernos, aunque
el texto del Tao-TeChing no encontró probablemente su redacción final
hasta finales del siglo IV. Este pequeño libro, de poco más de 5.000
caracteres, se presenta como un manual para gobernantes y de manera
sumamente concisa expone los principios del Tao. El otro texto fundador
del taoísmo es el Chuang-tzu, llamado así por el nombre de su autor, el
maestro Chuang (siglo IV-III a.C.).
El principio del Tao es la
espontaneidad . Pero no la espontaneidad de ningún modo impulso ciego y
desordenado, un mero poder caprichoso. La filosofía que se limita al
lenguaje no encuentra manera de concebir inteligencia que no actúe de
acuerdo con un plan. De hecho, la palabra pronunciada, exterior o
interiormente, al ser el representante de un recuerdo, limita y moldea
el futuro impidiendo apreciar el presente en toda su plenitud. Como dice
el gran sucesor de Lao-tzu, Chuang-tzu:
“En torno a nosotros
se producen cosas, pero nadie sabe de donde salen. Todos los hombres
estiman la parte del saber conocido. Ignoran como servirse de lo
desconocido para alcanzar el saber. ¿No es esto un extravio?”
La palabra, la idea, el recuerdo moldea el futuro, impidiendo poder apreciar ese saber nombrado por el Tao. La palabra, la idea, al haber sido formada por el Ego da forma al presente en relación a si el recuerdo es apetecible o al contrario, doloroso o desagradable para la idea que tenemos de nosotros mismos. Creando un conflicto entre la realidad y nuestro vivir los acontecimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario