viernes, 25 de mayo de 2012

La autentica bondad es espontánea


 
 
La auténtica bondad actúa como el agua,
que a todos beneficia sin luchar contra nadie,
discurre por lugares humildes que todos desprecian
y todo ello la hace apreciada y sabia.
Al escoger tu casa, enraízate en la tierra;
cuando pienses, hazlo con profundidad y corazón;
cuando des, da con el equilibrio y armonía;
al hablar, sé veraz y comedido;
ama el orden, la justicia y la equidad cuando gobiernes,
y, al actuar, hazlo impecablemente en el momento oportuno.
Siguiendo las virtudes del agua,
el sabio bondadoso no lucha contra nadie
y, por ello, no atrae enemistades ni rencillas.

El agua discurre por las pendientes buscando el nivel más bajo: pura inercia de su naturaleza, que no lucha contra la fuerza de la gravedad. Para ella no existen lugares mejores ni peores. Es manantial y fuente, pozo o estanque, arroyo escondido o caudaloso río, pantano o charco, mar, océano y nube. Lluvia, rocío y nieve. Hielo y vapor. Y en cualquiera de sus formas, no cobra ni pide nada a cambio por sus servicios.


Quienes alcanzan una cierta maestría en su vida cotidiana, en su oficio o profesión, son libres como el agua, pues no se apegan a formas, fórmulas ni formulismos. Cada situación requiere una respuesta nueva. Esa es la verdadera libertad, que no está atada al pasado ni a esquemas. Quizá sea la maestría del investigador, siempre abierto a lo nuevo, aceptando lo que descubre aunque contradiga sus hipótesis de partida. Curioso como un niño ante cada misterio de la vida, sea pequeño o grande. Ante la vida misma como misterio.
En chino, la mente tiene corazón y el corazón es un órgano pensante. No existe la escisión occidental entre mente y corazón. Los pensamientos superficiales, la mayoría de los que nos bombardean desde que nos despertamos hasta que nos volvemos a dormir, se los lleva el viento y son sustituidos por sus contrarios que, a su vez, son barridos por una nueva oleada de pensamientos. son nubes pasajeras que no dejan lluvia ni huella. Pensar con el corazón y profundidad ya no es pensar: es cambiar el mundo con un silencio, una actitud, una acción que se torna imparable y eficaz, porque procede de un lugar muy profundo. Es pensar desde las tripas y actuar con corazón, con pasión y compasión, con visión global.
Hay personas que nunca dan nada, si no es a cambio de algo. Eso no es dar. Es intercambiar, comprar y vender. Y otras que lo dan todo -aunque en el fondo siempre esperan algo, incluso cuando no lo piden o ni siquiera son conscientes de ello-, y por eso se quedan sin nada. se dice que san Martín, al ver un día a un pobre muerto de frío, cortó con su espada la mitad de su capa y se la dio. Sabia decisión. Si le hubiera dado toda, sería él quien hubiera muerto de frío y el pobre afortunado hubiera sido la última persona a la que podría haber socorrido.
Pero el colmo de la elegancia es dar y hacer creer al que recibe que le está haciendo un favor.
Si los políticos actuales fuesen comedidos en el lenguaje, el humo de sus palabras no ocultaría lo que realmente importa. Asomarían las verdades entre los silencios. Si las tertulias televisivas y radiofónicas fuesen intercambios de verdades y no de ideas e intereses, ganarían audiencia. Si los ciudadanos y vecinos fuesen comedidos en sus comentarios, no se inventarían vidas ajenas. si todos hablásemos lo justo, oiríamos cantar a los pájaros y nos llegaría el mensaje del rumor del viento entre los árboles y el consejo del guiño de las estrellas a medianoche.
Los gobernantes que aman actualmente el orden, la justicia y la equidad suelen ser eliminados. Los que solo aman el orden, acumulan armas y aumentan los presupuestos de ejércitos y policías, pero esparcen del desorden a su alrededor, pues el orden es el bien de todos y no la seguridad de unos contra las penurias de otros. Los que solo aman la justicia se vuelven rigurosos y se apegan a la letra de la ley, que tal vez fue justa en el pasado, pero que el presente y el paso de la vida hacen estrecha, obsoleta, injusta e inadecuada.
Precipitarse en la acción es abortar el resultado. Retrasarla supone pudrir el fruto. El momento justo no es ni antes ni después, decidido por voluntarismo o por desidia, sino aquel que está inscrito en el ritmo de las estaciones y que los latidos del corazón manifiestan. La sincronía se produce cuando todo encaja, y todo encaja cuando nadie se sale de su órbita ni la acelera o la retrasa. Un eclipse se produce en el momento previsto, porque el Sol y la Luna se habían citado hace miles de años, pero no tuvieron prisa ni miedo por superponerse desde donde nosotros los contemplamos. Por no llegar tarde a una cita he rozado mi coche en alguna ocasión. Pero la otra persona llegó intacta y más tarde que yo. Podía habérmelo evitado. Me salí de mi órbita, pero ella estaba en la suya.
La impecabilidad nace de la motivación y la intención. Es impecable hacer un corte en la piel cuando el cirujano opera. No lo es el corte del navajero nocturno. Decir no puede ser un acto de amor impecable. Depende de a qué se dice no, del porqué, a quién y en qué momento. No puede salir del cólera, el resentimiento, la venganza, el miedo o la avaricia. Decir sí también es impecable cuando nace espontáneamente, sin expectativas de favores futuros ni intentos de manipulación.
El agua no lucha contra los obstáculos, sino que los rodea. Por eso se le podría atribuir impecabilidad, mesura y sabiduría. Pero, sobre todo, generosidad, pues siempre adopta la forma de aquello que lo contiene y no lucha por imponer la suya, ya que carece de ella. No tener forma es lo que la hace sabia y fuerte.

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